02 marzo 2007

UTOPIAS ARGENTINAS SIGLO XXI


Clarín Opinión

DEBATE

Utopías argentinas siglo XXI

Miguel Grinberg

ESCRITOR Y PERIODISTA


La cercanía del bicentenario del nacimiento de la Argentina como nación independiente invita a reflexionar sobre el presente y el futuro de todos nosotros como sociedad. Se trata, ni más ni menos, que de proponernos la reinvención de nuestro desempeño como ciudadanos plenos en un país hoy estructuralmente rezagado y éticamente deficitario. En un planeta signado por múltiples crisis bélicas y climáticas.

La fisiología del cuerpo humano brinda una sabia estrategia. Las heridas no sanan desde la piel sino desde la profundidad de las células, que reconstruyen poco a poco el tejido dañado.

Por eso, si media docena de municipios argentinos pusieran sus manos a la obra para convertirse en prototipos de eco-pueblos basados en un programa de auto-construcción de viviendas, granjas cooperativas, huertos orgánicos, fuentes energéticas renovables, pedagogía solidaria, autosuficiencia alimentaria, radios comunitarias, cabildos populares y gestión participativa, su ejemplo inspirador (y contagioso) podría contribuir al renacimiento general.

En el siglo XXI, no habrá nada más revolucionario que la humanidad solidaria en acción.

El desarrollo fue siempre visto como un proceso que llega a una región o desciende desde esferas superiores, bajo la forma de inversiones públicas o radicación de empresas privadas.

Tradicionalmente, la llamada modernización —en el sentido amplio de generación de empleos y renta, valorización de las empresas pequeñas y medianas, el combate a la pobreza y la reducción de las desigualdades— fue vista como una dinámica proveniente de afuera y que la comunidad espera de forma pasiva.

Las nuevas políticas de apoyo al "desarrollo local" demuestran que el potencial de auto-organización, la riqueza del capital social, la participación ciudadana y el sentimiento de apropiación del proceso por parte de la comunidad, son elementos vitales para la consolidación de nuevas realidades sociales.

Hay tres recursos que la gente común podría aplicar para un despegue cabal: su tiempo personal (hoy dilapidado en alienaciones varias), realizaciones concretas de la energía laboral, e imaginación desinhibida. Más acá de muchas visiones precursoras consideradas utópicas, deberíamos animarnos a la plenitud. En la ciudad o en el campo. Hoy, ser realistas no es procurar lo imposible, sino hacer lo necesario.